En
éste post vamos a presentar una pequeña introducción a lo que fue la necrópolis
Medieval de Toledo, que desde época Romana hasta el siglo XV, se situaba al
norte de la ciudad, desde la llanura de la Vega Baja hasta el Cerro de la Horca
(donde actualmente se localizan los Institutos El Greco y Azarquiel).
Pero
no fue así desde el inicio. Desde el primer (o primeros, ya que desconocemos si
hubo separaciones entre los mismos) núcleo cementerial de época Romana que se situaba entre el sur del
Circo Romano, así como otros enterramientos que se documentaron en la actual
Avenida de Reconquista (Edificio de Telefónica, en el entorno del edificio de
Caja Rural, etc.), el cementerio fue creciendo en distintas direcciones hasta que
en el siglo XV se deja de usar, y los “muertos” vuelven a entrar en la ciudad.
Durante
la Edad Media se enterraron al norte de la ciudad distintos grupos culturales
que pasaron por ésta ciudad: visigodos, musulmanes, judíos y cristianos
(mozárabes, mudéjares, cristianos nuevos o conversos), y muchas de las veces en
el mismo momento, luego hubo posiblemente distintos espacios funerarios.
Esquema de la localización de la necrópolis medieval de Toledo (en azul). Se ha elegido el plano de la ciudad de Coello e Hijón de 1858, ya que representa cómo era la ciudad en la Edad Media, sin las construcciones actuales al norte. En otros colores, algunos espacios cementeriales conocidos, aunque no bien definidos (romano, musulmán, judío).
En
las Siete Partidas de Alfonso X,
basadas en las Doce Tablas romanas, se establecía que los espacios funerarios debían
situarse a extramuros de la ciudad. Esto era fundamental por cuestiones de
higiene y era conocido desde la antigüedad.
Luis
Hurtado de Mendoza, en sus descripciones del siglo XVI, indicaba que los
cementerios cristiano, judío y musulmán se ubicaban en tres sitios distintos:
“..los judíos en el Cerro de la Horca, los moros en la Vega y los
cristianos cabe San Ildefonso y Sta. Leocadia”. También debemos mencionar
aquí lo escrito en el Memorial de Hurtado, en el que se hace la
siguiente puntualización: “..hallándose también muchos lucillos de
sepulcros de judíos y moros hechos de ladrillos y cubiertos con pilas de piedra
berroqueña detrás de la hermita de Sant Eugenio a la parte del norte”.
Como
vemos, parece que cada confesión tuvo, al menos inicialmente, su espacio
funerario propio.
Ya
desde el principio, salvo zonas muy puntuales que se han conservado intactas,
la necrópolis medieval de Toledo sufrió de una alta demanda, que hizo que
algunas zonas que posiblemente en inicio fueran utilizadas sólo por una grupo
cultural, luego se usaran por otros indiscriminadamente, encontrando en algunas
zonas, diversos niveles de ocupación de tumbas, llegando a romperse estructuras
funerarias anteriores.
Durante
la época Visigoda se siguió
empleando el espacio que había comenzado a usarse en el periodo romano, y se
produce ya la primera ampliación hacia el norte y oeste del espacio funerario,
pero aún nos es muy desconocido. También en ésta época se produjo la población,
mediante un amplio suburbio, de la zona de la Vega Baja.
Desde
el siglo VIII en que los musulmanes toman la ciudad, tenemos un nuevo ritual de
enterramiento, y se conserva el cristiano, con los grupos de Mozárabes (cristianos
arabizados que permanecieron en territorio musulmán conservando su confesión
religiosa) que quedaron en la ciudad. Igualmente, será en ésta época cuando la
ciudad crezca hacia el norte, creándose el Arrrabal amurallado.
El
cementerio Musulmán (denominado maqbara) aparece
documentado ya hacia el año 1010. Se encontraba ubicado al norte de la ciudad,
frente a la bab Saqra y se extendía, al parecer desde la antigua
basílica de Santa Leocadia, a orillas del Tajo, hasta la ermita de San
Eugenio, e incluso quizá más hacia el norte, pues hay indicios de éste en lo
que se denominaba Cerro de la Horca, aunque no sabemos si se trataba de
un solo cementerio o de varios.
La
comunidad Mozárabe de Toledo fue la
única confesión religiosa que contravino los preceptos de enterrarse fuera
del espacio amurallado de la ciudad ya desde la Alta Edad Media, ya que dispuso
intramuros de varios templos durante la dominación musulmana, como los de San
Lucas, San Salvador, San Jacobo, Santa Leocadia, Frailes del Santo Espíritu o
la Catedral de Santa María, según consta en los testamentos que recogió
González Palencia.
La
comunidad Judía, que contaba con su
Judería al oeste de la ciudad, prefería los lugares elevados y orientados
hacia la judería; en las necrópolis judías tan solo tenían cabida judíos y
su espacio funerario solía estar separado de los demás por algún tipo de
barrera física (muro, arboleda, etc.) y a veces tenían a una persona que cuidaba
de ellos.
Sobre
la localización de la necrópolis
judía, tenemos varias noticias históricas que nos hablarían de distintos
emplazamientos: así, en unas escrituras de venta se dice que unas tierras
situadas en la Vega Baja lindaban “con la carrera que iba al fonsario de los
judíos” y, tras el edicto de expulsión de los judíos de 1492 promulgado
por los Reyes Católicos, dispuso la reina Isabel que el osario de los judíos,
situado en la Vega (por el Pradillo de San Bartolomé, no lejos de Santa
Leocadia) se repartiese entre el concejo (la tierra y el suelo) y el cabildo
catedralicio (la piedra), lo que supone posiblemente la destrucción de la
necrópolis judía situada en esta zona.
Sin
embargo, sería hace pocos años cuando la intervención arqueológica del Dr. Ruiz
Taboada en el actual Instituto Azarquiel dejaría al descubierto y permitiese
estudiar la necrópolis Judía de la ciudad, pudiendo documentarse sus rituales y
distinguirlos de otros localizados en la ciudad.
Debemos
mencionar que, una de las principales características de los enterramientos
judíos de la ciudad (aunque se han documentado en otras como Córdoba o
Sevilla), es la presencia de Lucillos:
son unas estructuras de ladrillo, abovedadas, en las que se introducía el
cuerpo. En otro post retomaremos ésta cuestión.
Plano de la necrópolis judía del Cerro de la Horca. Plano del artículo de Ruiz Taboada
Detalle del interior de un Lucillo, de National Geographic
Tras
la toma de Toledo en 1085, llegan nuevos cristianos a la ciudad, Cristianos de Repoblación, que traen
nuevos rituales, como las fosas antropomorfas, y que eligen como lugar de
enterramiento áreas cercanas a los templos a extramuros de la ciudad, como San
Eugenio (se documentaron varias tumbas de éste tipo en la intervención
arqueológica en Avda. Gral. Villalba nº 34).
Necrópolis de Cristianos de Repoblación de Gral. Villalba nº 34
A su
vez, en la ciudad permanecen grupos de musulmanes que conservan su confesión,
los Mudéjares. Las únicas menciones históricas
a espacios funerarios mudéjares como tales se localizan a extramuros en el hanma
de Santiago (zona de la Puerta de Bisagra), en el área de Santa Leocadia,
San Eugenio y San Antón. Sí se han documentado numerosas tumbas asociadas a ésta
cultura en el entorno del Circo Romano de Toledo.
Esta
comunidad fue minoritaria en la ciudad desde el siglo XIII, pero es posible que
su espacio funerario fuese mayor y llegase has la zona de San Lázaro y San
Eugenio.
Tumba con delimitación de piedra y enterramiento en ataúd de San Lázaro (Novas Arqueología)
Detalle del enterramiento en ataúd (Novas Arqueología)
Planta necrópolis Gral. Villalba nº 22 (R. Untoria)
Necrópolis Gral Villalba en proceso de excavación
Por
último, cabría mencionar a los Cristianos
Nuevos o Conversos, a los que,
según las Constituciones Sinodales del Arzobispo Carrillo de 1481 (Sínodo Diocesano
de Alcalá), se les prohíbe, como Cristianos Nuevos, que tengan sepulturas en
lugar distinto al de los otros fieles, por lo se enterrarían ya en las necrópolis
cristianas, siguiendo sus mismos rituales. La única mención como espacio
funerario de Cementerio de Conversos, situaría el mismo en el Pradillo de San
Bartolomé (entorno del Circo Romano).
Con
la llegada de la Santa Hermandad de la Inquisición a Toledo a finales del siglo
XV, el uso de la necrópolis a extramuros se consideró como acto “judaizante”,
motivo por el que se abandonó la misma, pasando todos los enterramientos a los
templos cristianos, la mayoría de ellos a intramuros de la ciudad.
Hasta
aquí llegaría la necrópolis medieval de la ciudad, pero no queremos terminar el
post aquí, por lo que trazamos lo que ocurrió posteriormente.
El
enterramiento se realizaba, desde entonces, dentro de las iglesias, cuyo
espacio estaba muy jerarquizado, y en atrios anejos a las mismas (una gran
parte de las plazas de la ciudad, como la del Conde, por ejemplo, eran
cementerios de las iglesias, en éste caso, la de Santo Tomé).
Sin
embargo, pronto se vio que el espacio era escaso, y las dificultades varias. La
principal era que en muchas zonas, bajo los templos o los atrios se encontraba
la roca natural, lo que impedía crear fosas profundas. Esto trajo un grave
problema de higiene a la ciudad, ya que ante la descomposición de los cuerpos,
los animales sueltos comenzaron a desenterrarlos, a parte de contaminar posibles
cursos de agua subterráneos de los que se abastecía la ciudad.
Vino
en ayuda de la ciudad el traslado de la Corte a Madrid en 1561, que supuso un
notable descenso de la población.
Sin
embargo, se han documentado en diversas actuaciones arqueológicas en el
interior de templos de la ciudad, la presencia de grandes osarios, producto de
la limpieza de templos y atrios para dejar espacio a nuevos enterramientos,
como en el caso de la desaparecida Iglesia de San Ginés.
Será
en el siglo XIX, en torno a 1814, cuando los “muertos” vuelvan a salir de la
ciudad, creándose el “Cementerio Viejo de Toledo”, que estaba donde el actual
Instituto María Pacheco (conocido como La Normal, antigua escuela de
Magisterio). Tras ampliarse en 1855, acabó siendo trasladado a su actual
emplazamiento.
En el plano de Coello e Hijón se ve parcialmente la planta del antiguo cementerio en la parte superior.
En
siguientes post iremos viendo distintos rituales de enterramiento, ajuares,
etc.!
Tumba infantil. Últimos hallazgos en la necrópolis de San Lázaro. Octubre de 2014 (Intervención arqueológica dirigida por Arturo Ruiz Taboada)